Hablando de violencias y traiciones

Colectivo Paideia
14:39


Por Nadia Sierra Campos

Hace 50 años era impensable que habláramos de violencia hacia las mujeres, que esta pudiera denunciarse y que hubiera políticas públicas de atención o leyes e instituciones para su castigo, y no es porque no existiera, sino que estaba confinada a un espacio privado, por tanto, no era visible.

La violencia contra la mujer es un fenómeno social resultado del sistema patriarcal, que determina un tipo de relaciones de género asimétricas y que coloca a aquella en una situación de alta vulnerabilidad y agresión en todas sus expresiones.

El feminismo como ideología y movimiento político mundial, aportó al debate de la violencia en razón de género. Contribuyó a explicar las razones estructurales del desequilibrio e inequidad entre mujeres y hombres, reflejado no sólo en las relaciones de violencia masculina, sino en otras formas de opresión y subordinación.


Para los feminismos, el patriarcado es la base estructural e ideológica para que se mantenga la violencia de género. Se entiende a este como la forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, y que instruye el predominio del hombre sobre la mujer, o de lo masculino sobre lo femenino; del marido sobre la esposa, del padre sobre la madre, sus hijas e hijos, el patrón sobre la empleada o el docente sobre la alumna.

El patriarcado surge de una histórica toma del poder por parte de los hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y la función reproductiva de las mujeres y de su producto, así como de sus decisiones, creando un orden simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetúan como la única estructura social posible.

Ese patriarcado ha ido mutando y reposicionándose en sus expresiones materiales y simbólicas, persistiendo el nudo central que lo sustenta, que es el ejercicio del poder masculino sobre las mujeres, lo que le supone el derecho de oprimirla, subordinarla y ejercer diversas formas de violencia hacia ella, desde insultos, menosprecio verbal, el uso de genitales o su cuerpo para ultrajarla, hasta darle muerte.

Históricamente, a la par del patriarcado, las diversas manifestaciones de violencia contra la mujer se han ido reconfigurando de acuerdo al desarrollo de las sociedades, con características particulares según las diferentes culturas, pero presente en todas.

Estos estudios, señalamientos, lucha y visibilización de la violencia hacia la mujer trajo como consecuencia -entre otras acciones- que en 1999, en el seno de las Naciones Unidas, el 25 de noviembre fuera declarado Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, para recordar a gobiernos y sociedades que dicha violencia es un delito, una violación a derechos humanos, un problema de salud pública y una de las peores calamidades que la historia puede registrar.

La magnitud y presencia de las violencias hacia las mujeres es tal, que en México se han “modernizado” y actualizado leyes, se han creado agencias especializadas en delitos de género o se han diseñado protocolos para la atención y sanción, pero aún con más instituciones y normas, no se ven cambios significativos.

Por el contrario, la crueldad y brutalidad con que se manifiesta cotidianamente nos lleva a pensar que este fenómeno ha encontrado mejores condiciones para su reproducción. Y la anterior afirmación se puede constatar con los recientes datos[1] aportados por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que señalan que en la región cada día se consuman 12 feminicidios, de los cuales 7 se cometen en México.

¿Pueden imaginar? 7 mujeres mueren en nuestro país diariamente a manos de sus parejas, exparejas o desconocidos, sólo por ser mujeres, por no acatar las reglas del poder y la subordinación. Esta cruda realidad es mayormente aterradora cuando hacemos el conteo de que alrededor de 200 mujeres son asesinadas al mes y cerca de 2,500 al año. En 30 años se han asesinado 50 mil mujeres (5 veces el Auditorio Nacional lleno).


Y todavía los datos nos demuestran otras realidades, como el hecho de que las personas más cercanas son las más peligrosas para las mujeres y que el hogar es el lugar de mayor riesgo.

Quien diría que aquella frase “juntos hasta que la muerte nos separe” está tan presente cuando quien mata es quien prometió acompañar en la salud y la enfermedad o quien juro quererte para toda la vida; este es el verdadero fondo de la traición y de la comisión de las violencias con premeditación y ventaja.

A pesar de estas devastadoras cifras e información, hablar de y hacer frente a las violencias hacia la mujer no sólo es una obligación de Estado, sino también una responsabilidad de la sociedad en su denuncia y no normalización. Hay que seguirlo diciendo fuerte y quedito #Nomásviolenciahacialasmujeres.





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[1] Datos consultados en el sitio web http://www.excelsior.com.mx/nacional/2017/10/25/1196982, el 22 de noviembre de 2017

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