Hablando de violencias y traiciones
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Por Nadia Sierra Campos
Hace
50 años era impensable que habláramos de violencia hacia las mujeres, que esta
pudiera denunciarse y que hubiera políticas públicas de atención o leyes e
instituciones para su castigo, y no es porque no existiera, sino que estaba
confinada a un espacio privado, por tanto, no era visible.
La
violencia contra la mujer es un fenómeno social resultado del sistema
patriarcal, que determina un tipo de relaciones de género asimétricas y que
coloca a aquella en una situación de alta vulnerabilidad y agresión en todas
sus expresiones.
El
feminismo como ideología y movimiento político mundial, aportó al debate de la
violencia en razón de género. Contribuyó a explicar las razones estructurales del
desequilibrio e inequidad entre mujeres y hombres, reflejado no sólo en las
relaciones de violencia masculina, sino en otras formas de opresión y
subordinación.
Para
los feminismos, el patriarcado es la base estructural e ideológica para que se
mantenga la violencia de género. Se entiende a este como la forma de
organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de
autoridad y liderazgo del varón, y que instruye el predominio del hombre sobre
la mujer, o de lo masculino sobre lo femenino; del marido sobre la esposa, del
padre sobre la madre, sus hijas e hijos, el patrón sobre la empleada o el
docente sobre la alumna.
El
patriarcado surge de una histórica toma del poder por parte de los hombres,
quienes se apropiaron de la sexualidad y la función reproductiva de las mujeres
y de su producto, así como de sus decisiones, creando un orden simbólico a
través de los mitos y la religión que lo perpetúan como la única estructura
social posible.
Ese
patriarcado ha ido mutando y reposicionándose en sus expresiones materiales y
simbólicas, persistiendo el nudo central que lo sustenta, que es el ejercicio
del poder masculino sobre las mujeres, lo que le supone el derecho de
oprimirla, subordinarla y ejercer diversas formas de violencia hacia ella,
desde insultos, menosprecio verbal, el uso de genitales o su cuerpo para
ultrajarla, hasta darle muerte.
Históricamente,
a la par del patriarcado, las diversas manifestaciones de violencia contra la
mujer se han ido reconfigurando de acuerdo al desarrollo de las sociedades, con
características particulares según las diferentes culturas, pero presente en
todas.
Estos
estudios, señalamientos, lucha y visibilización de la violencia hacia la mujer
trajo como consecuencia -entre otras acciones- que en 1999, en el seno de las
Naciones Unidas, el 25 de noviembre fuera declarado Día Internacional de la
Eliminación de la Violencia contra la Mujer, para recordar a gobiernos y
sociedades que dicha violencia es un delito, una violación a derechos humanos,
un problema de salud pública y una de las peores calamidades que la historia
puede registrar.
La
magnitud y presencia de las violencias hacia las mujeres es tal, que en México
se han “modernizado” y actualizado leyes, se han creado agencias especializadas
en delitos de género o se han diseñado protocolos para la atención y sanción,
pero aún con más instituciones y normas, no se ven cambios significativos.
Por
el contrario, la crueldad y brutalidad con que se manifiesta cotidianamente nos
lleva a pensar que este fenómeno ha encontrado mejores condiciones para su
reproducción. Y la anterior afirmación se puede constatar con los recientes
datos[1]
aportados por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que señalan
que en la región cada día se consuman 12 feminicidios, de los cuales 7 se
cometen en México.
¿Pueden
imaginar? 7 mujeres mueren en nuestro país diariamente a manos de sus parejas,
exparejas o desconocidos, sólo por ser mujeres, por no acatar las reglas del
poder y la subordinación. Esta cruda realidad es mayormente aterradora cuando
hacemos el conteo de que alrededor de 200 mujeres son asesinadas al mes y cerca
de 2,500 al año. En 30 años se han asesinado 50 mil mujeres (5 veces el
Auditorio Nacional lleno).
Y
todavía los datos nos demuestran otras realidades, como el hecho de que las
personas más cercanas son las más peligrosas para las mujeres y que el hogar es
el lugar de mayor riesgo.
Quien
diría que aquella frase “juntos hasta que la muerte nos separe” está tan
presente cuando quien mata es quien prometió acompañar en la salud y la
enfermedad o quien juro quererte para toda la vida; este es el verdadero fondo
de la traición y de la comisión de las violencias con premeditación y ventaja.
A
pesar de estas devastadoras cifras e información, hablar de y hacer frente a
las violencias hacia la mujer no sólo es una obligación de Estado, sino también
una responsabilidad de la sociedad en su denuncia y no normalización. Hay que
seguirlo diciendo fuerte y quedito #Nomásviolenciahacialasmujeres.
x
[1] Datos consultados en el sitio
web http://www.excelsior.com.mx/nacional/2017/10/25/1196982, el 22 de noviembre
de 2017
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