El Jazz: un grito de libertad

Colectivo Paideia
14:37

Por: Angeles Santiso


“La música es una cosa amplia, sin límites, sin fronteras, sin banderas”.
León Gieco


Recuerdo que hace algunos años, tuve la oportunidad de asistir a un concierto de Joan Manuel Serrat. Nuestros asientos estaban ubicados en la zona más lejana al escenario. La música comenzó, y quienes asistimos empezamos a “corear” las canciones, se escuchaban algunas consignas políticas, así como ovaciones dirigidas al cantautor. En algún momento, un hombre sentado unas filas más adelante, quien poseía unos enormes binoculares, empezó a gritar “¡rolen los binoculares para que los de atrás, puedan ver al JoanMa!”. Y así sucedió. Se veían sombras de manos que pasaban de unas a otras aquél objeto que permitía, por un instante, “sentir” más cerca al “JoanMa”, hasta que llegaron a mí. Pude observar la expresión facial de uno de mis cantantes favoritos, los rostros gozosos de los músicos que le acompañaban y, al mismo tiempo, me di cuenta que la gente a mi alrededor comentaba anécdotas -en voz bajita- acerca de cómo conocieron a Serrat, algunos reían, otros se levantaron y entrelazaron sus brazos cantando. Terminó el concierto, y en la zona en que me encontraba, la gente se despedía chocando las manos, agradeciendo el uso de los binoculares, sonriendo.


A ese hombre, nunca lo volví a ver. Sin embargo, no olvido la sensación de camaradería de aquel momento. Así sucede con la música y las expresiones artísticas en general: unen a la gente, incluso a aquella que no tiene vínculos entre sí. Tal fenómeno ocurre en cualquier tipo de género musical, y uno de los más representativos, por su significado histórico, es el Jazz.

Existen discrepancias para determinar el origen del Jazz, pero la mayoría de los datos apuntan a que puede ubicarse en el estado de Missisipi, en los Estados Unidos de Norteamérica, particularmente en la ciudad de Nueva Orleans (Martínez-Pereda, 2010) cuando se produjo la emancipación de esclavos en el país. Antes de la liberación, los esclavos negros manifestaban su fe y esperanza, por medio de los spirituals -o cantos espirituales- y del blues; de ahí el aire melancólico que caracteriza a estos géneros.

A pesar de lo difícil de determinar el inicio exacto del Jazz, lo que tenemos claro es que se convirtió en un grito de alegría ante la libertad, aunque fuera relativa durante muchos años y hasta la fecha, así como un medio de protesta social. El sello discográfico Verve actuó como un poderoso agente social contra la injusticia de la segregación racial. Fue, por ejemplo, la primera empresa en juntar a músicos negros y blancos, pagarles lo mismo, permitirles que compartieran camerino y dejar que en el público las razas también se mezclaran para disfrutar de lo que emergía del escenario.

Más allá de la aportación artística de este género musical, es importante enfatizar que su desarrollo fue acompañado de avances en cuanto al tema de la discriminación racial. Es por ello que en noviembre de 2011, en la Reunión General de la UNESCO, se proclamó el 30 de abril como el Dia Internacional del Jazz, ya que este tipo de música “tiene por objeto fomentar y ensalzar el diálogo y el entendimiento entre las culturas a través de esta música, uniendo a personas y pueblos de todos los rincones del planeta. En su calidad de lenguaje universal de libertad, esta música fomenta la integración social reforzando la tolerancia y la comprensión mutuas y cultivando la creatividad.” (UNESCO, 2011) Este año, la sede para la celebración será en Cuba, con grandes representantes del jazz de todo el mundo.

Al celebrar al Jazz, celebramos lo que sus pioneros nos heredaron. Los grupos de jazz fueron un ejemplo de tolerancia, cooperación, improvisación y entendimiento mutuo. Además, el Jazz era un espacio de libertad de expresión y emancipación de la mujer, ejerciendo una poderosa influencia para la transformación de este derecho humano fundamental. El Jazz ha resultado ser un lenguaje universal escuchado en todos los continentes, siendo influencia para otros tipos de música, hasta convertirse en elemento cultural de mestizaje universal y abierto a todo el mundo, sin distinción de raza, religión o nacionalidad.

La música nos une, sensibiliza y rompe barreras. La música promueve la identificación entre personas diversas, se transforma en un medio estético de la expresión histórica, y acompasa a nuestro corazón en un mismo ritmo y un mismo sentimiento. Y el Jazz es ese tipo de música que, sin necesidad de comprender su estructura, nos funde en un mismo grito: para exigir y celebrar a la libertad.

Nota: Para más información sobre el Día del Jazz 2017, ver la retransmisión del evento o registrar algún evento relacionado con el jazz en el calendario oficial, puedes visitar www.jazzday.com Disponible en inglés o www.unesco.org/new/es/jazz-day.


Bibliografía

Berendt, J. E. (1986). El Jazz: De Nueva Orleans al Jazz Rock. México: Fondo de Cultura Económica.
Martínez-Pereda, J. A. (2010). La madeja de la vida. Obtenido de https://lamadejadelavida.files.wordpress.com/2014/05/el-jazz-origen-y-evolucic3b3n.pdf

UNESCO. (2011). Proclamación del Día Internacional del Jazz. París: UNESCO.

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Estereotipos y prejuicios sociales que inhiben la inclusión

Colectivo Paideia
12:35

Por: Antonio Morales

Los estereotipos y prejuicios son barreras u obstáculos que dificultan o limitan el aprendizaje, la participación y la convivencia en condiciones de equidad. Por ejemplo, la falta de recursos o de experiencia o la existencia de un programa, de métodos de enseñanza y de actitudes inadecuadas pueden limitar la presencia, la participación y el aprendizaje de determinados alumnos y alumnas. López Melero (2011) menciona que el desarrollo de prácticas inclusivas requiere que para que las barreras puedan ser eliminadas han de ser previamente conocidas y comprendidas por el profesorado, sin este reconocimiento, las barreras permanecerán. El punto inicial de cualquier cambio es a partir del análisis de por qué está ocurriendo lo que está ocurriendo en ese contexto.


Por otro lado, las barreras están en el entorno de las personas, pueden ser físicas, actitudinales o de prácticas educativas. Para lograr una escuela incluyente se requiere construir una sociedad incluyente, con diferencias y particularidades, con nuestras dotes y habilidades, con nuestros conocimientos e ignorancias. Una sociedad democrática no de nombre, sino en la práctica, que haga sentir a todos sus miembros, a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones para participar de la vida política, económica, social, cultural, con acceso a todos los servicios      -particularmente salud, educación y vivienda-.

Juárez Núñez, Comboni Salinas y Garnique Castro (2010) puntualizan que una sociedad que dé cabida a todos sin importar condición social, sexo, edad, creencias u origen étnico, y considerando los mismos derechos y obligaciones sin privilegios ante la ley y de ninguna clase, es una sociedad inclusiva, que brinda oportunidades para todxs, sin la ideología de que ofrece las mismas oportunidades a todo mundo o que hace iguales, porque, de hecho, existen diferencias, no sólo las mencionadas anteriormente, sino también de capacidades intelectuales, de intereses, de oportunidades sociales y de preparación remota, en otros términos: existen clases sociales (Juárez Núñez, Comboni Salinas, & Garnique Castro, 2010).

Aunque se puede decir que existen gran cantidad de actitudes, en función de la situación, de los sentimientos, de los objetos, etc., se van a nombrar aquellas que de una forma u otra, influyen o pueden influir de manera más directa en el rechazo hacia la atención a la diversidad y en la forma negativa de percibir ésta. Siguiendo a Pastor (2000) que se centra en tres tipos de actitud:

a)      El prejuicio se considera una actitud porque tiene los tres componentes de ésta: cognitivo (se piensa mal de algo o alguien), afectivo (provoca desprecio, desagrado o miedo) y conductual (produce reacciones hostiles contra el objeto o sujeto). Normalmente, cuando hablamos de actitudes prejuiciadas nos referimos a las actitudes que hacen referencia a grupos minoritarios. Podemos definir el prejuicio como: “el mantenimiento de posturas sociales despectivas o de creencias cognitivas, la expresión de sentimientos negativos, o la exhibición de conducta hostil o discriminatoria hacia miembros de un grupo en tanto que miembros de ese grupo” (Brown, 1998, p. 27).

De acuerdo a lo anterior, se puede asumir al prejuicio como una construcción social, es decir, las creencias y conductas son socialmente compartidas por un grupo de sujetos, hacia otro sujeto o sujetos pertenecientes a un grupo determinado. Pero al hablar de sujeto, no se percibe éste como individual, sino que es categorizado según sus características, dentro de un grupo u otro. Esta categorización es el paso previo al prejuicio (Brown, 1998).

El ser humano, suele simplificar el mundo que lo rodea, esto lo hace empleando categorías que le permiten ordenar los hechos, situaciones o personas en función de sus parecidos y diferencias. Las categorías sociales tienden a ver a los miembros de su grupo más homogéneos de lo que en realidad son y por el contrario, encuentran más diferencias con los miembros de otros grupos. La categorización acentúa las diferencias entre grupos y disminuye éstas dentro de cada categoría. Además, habitualmente atribuimos características determinadas a los miembros de un grupo por el simple hecho de pertenecer a ese grupo. Se estaría  hablando de los estereotipos. Éstos se derivan de las categorizaciones e influyen en nuestras expectativas sobre la actuación de los sujetos y en los juicios de valor que hacemos sobre ellos (Díaz Pareja, 2002).

b)      La xenofobia es un tipo de prejuicio que normalmente desarrollan las personas que habitan en zonas donde coexisten dos o más grupos raciales, lingüísticos, religiosos, culturales, etc., sin que todos ellos se integren en una misma comunidad. Esto da lugar a actitudes de rechazo entre los distintos grupos, bien porque siente la amenaza que puede suponer la influencia de culturas diferentes o simplemente porque se rechaza aquello que es diferente a la propia cultura manifestando sentimientos de superioridad y segregación. Como toda actitud prejuiciada, la xenofobia no es innata o natural, sino que se adquiere culturalmente y es socialmente fomentada (Pastor, 2000).

De acuerdo a lo mencionado, podemos remarcar que  no basta con las campañas persuasivas tradicionales, ya que las personas, en general, suelen estar convencidas de que no son racistas. Es necesario, modificar de raíz las relaciones que se establecen entre la persona que es racista y la persona que sufre este comportamiento. Por ello, se deberían cambiar las relaciones sociales. Por último, para llegar a cambiar realmente las actitudes xenófobas o racistas, es preciso hacer caer en la cuenta a los individuos de que poseen dichas actitudes, que éstas son incongruentes con sus expectativas y que socialmente no son aceptadas. Si se crea este conflicto interno, es posible que se dé un cambio (Díaz Pareja, 2002).

c)      El dogmatismo está relacionado con actitudes autoritarias y con convicciones fuertemente asumidas y cerradas sobre la realidad y los fenómenos que tienen lugar en ella. Pastor (2000) señala que las personas dogmáticas serían aquellas que demuestran una gran cerrazón mental o una adherencia tan rígida a cualquier ideología, que se autoincapacitarían para la creatividad, la evolución, y favorecerían en ellas emociones fuertes, conductas de intransigencia o intolerancia.

Las personas autoritarias suelen proceder de ambientes familiares muy restrictivos y competitivos, siendo su actitud una proyección de la frustración contenida o reprimida en la infancia. Además, suelen ser personas muy egocéntricas e intolerantes, sobre todo con las minorías. De este modo, cuando una persona discrimina o rechaza abiertamente a las personas pertenecientes a otros grupos -sociales, culturales, étnicos, religiosos...-, y además lo hace de una forma agresiva, entendida ésta tanto verbal como física, puede deberse a sentimientos de frustración que el individuo ha experimentado en el seno familiar (Díaz Pareja, 2002).

Aunque se están haciendo progresos importantes en el reconocimiento de los derechos y de la igualdad de las personas con discapacidad. Todavía son muchos los casos en los que encuentran obstáculos importantes para llevar una vida plena y participar, en pie de igualdad, en las actividades que desarrollan los demás ciudadanos.

Algunos de esos obstáculos se dan en ámbitos tan cruciales como el acceso a la educación y al empleo, que determinan las posibilidades de desarrollo personal, de integración y participación social en nuestras sociedades. Se podría decir que existe un tipo de discriminación basada en el rechazo, el miedo y el desconocimiento, que está presente prácticamente en todas las actividades de la vida diaria de las personas con discapacidad (Jiménez Lara & Huete García, 2002).
 
Se puede considerar la persistencia de muchas dificultades ligadas a la accesibilidad a determinados espacios, así como de las barreras de comunicación y lenguaje, que están presentes en muchas de las situaciones consideradas como discriminatorias. Esto también se nota en el diseño de los bienes, productos y servicios a disposición del público ya que no se tiene en cuenta, en muchos casos, las necesidades de las personas con discapacidad. Ni siquiera los servicios de la Sociedad de la Información, de concepción y diseño reciente que tanto podrían contribuir a la reducción de los niveles de discriminación, son accesibles para todas las personas con discapacidad (Jiménez Lara & Huete García, 2002). Estas dificultades muchas veces son puestas por las diferentes costumbres de la sociedad, aspecto que se plantea en el siguiente apartado.

Referencias

Brown, R. (1998). Prejuicio: su psicología social. Madrid: Alianza.
Díaz Pareja, E. (2002). El factor actitudinal en la atención a la diversidad. Profesorado, revista de currículum y formación del profesorado, 151 - 165.
Jiménez Lara, A., & Huete García, A. (2002). La Discriminación por Motivos de Discapacidad. España: CERMI.
Juárez Núñez, J. M., Comboni Salinas, S., & Garnique Castro, F. (2010). De la educación especial a la educación inclusiva. Dossier: Procesos educativos en América Latina: política, mercado y sociedad, 41-83.
López Melero, M. (2011). Barreras que Impiden la Escuela Inclusiva y Algunas Estrategias para Construir una Escuela sin Exclusiones. Innovación Educativa, 37-54.
Pastor, G. (2000). Conducta interpersonal. Ensayo de Psicología Social sistemática. Salamanca: Servicio de publicaciones de la Universidad.


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Inocencia Invisible

Colectivo Paideia
14:55

Por: Cinthia Godínez

"Los niñxs no son la gente de mañana, sino la gente de ahora,
ahora mismo, hoy.  Ellos tienen derecho a ser tratados
por los adultos con ternura y respeto, como iguales".
Janusz Korczak (1879 -1942)

En esta ocasión compartiré sobre uno de los temas que mi experiencia profesional me ha llevado a conocer, entender y comprender: la inocencia invisible, es decir, aquellxs niñxs que se encuentran al lado de sus madres en algún centro de reclusión, entiéndase como éste al espacio físico destinado para el cumplimiento de la prisión preventiva o para la ejecución de penas[1]. Específicamente hablaré de lxs niñxs que están con sus madres, mujeres privadas de la libertad, en el Centro Femenil de Reinserción Social de Santa Martha Acatitla.

En los Centros de Reinserción Social de México existen muchas madres que tienen a sus hijxs en prisión, viviendo con ellas. Algunas se encontraban en estado de gestación cuando fueron detenidas y otras más llegan a ese estado en cautiverio. También existen quienes tienen hijxs muy pequeñxs cuando son aprehendidas y que no tienen familiares con quien dejarlos. Quizá esta situación sea de poca importancia para el público en general, ya que todo indica que estxs pequeñxs tienen cierta invisibilidad en nuestra sociedad pero, ¿qué sucede con estos niñxs que viven sus primeros años en un Centro de Reinserción Social o en reclusión? ¿Hasta dónde contraviene el derecho de ser madre a los derechos de los niñxs?

Actualmente no se cuentan con cifras oficiales sobre los menores que viven con sus madres en reclusión; sin embargo, el INEGI indica que en 2014 había 549 menores de seis años viviendo con sus madres[2].

El Estado no puede violar el derecho de las mujeres a ejercer su maternidad, no obstante, se debe tomar en cuenta el derecho del niño o la niña a vivir en un ambiente propicio y a tener todas las condiciones adecuadas para tener un desarrollo biopsicosocial íntegro. Normalmente se considera que la persona más adecuada para cuidar y educar al niñx en su temprana edad es la madre, sobre todo durante el periodo de lactancia; sin embargo, en estas situaciones especiales, nada garantiza que el desarrollo del niñx en cuestión se el más favorable, entonces, ¿se respetan los derechos en el niño o la niña? Dedujo que, posiblemente, no del todo, aunque probablemente no haya otra opción.

Estos niñxs no sólo son privados de su libertad –considerado una de las violaciones a derechos humanos más graves a las que se puede someter a una persona— sino que se les condena a crecer en un medio ambiente poco sano, marcado por la violencia, la criminalidad y la corrupción que imperan en los centros de reclusión en México. Durante sus tres primeros años de vida lxs pequeñxs no conocerán otra realidad que la de la cárcel.

¿Podemos imaginar las privaciones a las que están sometidxs lxs niñxs viviendo en reclusión? Olores, colores, formas, experiencias, lenguaje... Estas personitas hablarán con el lenguaje que escuchan, reproducirán patrones de comportamiento, estarán sometidos al estrés propio de la vida en prisión. Les comparto una anécdota: observé a un niño que tomaba una hoja de papel, la hacía rollito y le ponía tierra adentro, al preguntarle qué hacía me contestó: “un churro” (cigarro de marihuana). ¡Claro, eso es lo que ve!

Las oportunidades de socializar con otrxs pequeñxs son escasas, pues las normas dictan que lxs menores estén todo el tiempo junto a sus madres. Lo más probable es que no conozcan a sus padres o a cualquier otro familiar, pues a pesar de que pueden salir de vez en cuando o recibir visitas esporádicas de sus familiares, estxs niñxs se convierten en víctimas indirectas del estigma que la sociedad impone sobre las mujeres que cometen algún delito y que provoca su exclusión social.[3] Hasta que sus madres salgan libres, serán lxs hijxs del sistema penitenciario: inocentes invisibles para el gobierno, rechazados por su familia y marginados por la sociedad.

La normatividad internacional está en deuda con las mujeres en reclusión, y más aún en lo que se refiere a sus hijxs. Existe un vacío reglamentario, ya que los instrumentos de Naciones Unidas así como de otros Organismos Internacionales, no establecen una postura fija y homogénea en cuanto a este gran problema.

En nuestro país no existe una única edad para que los niñxs abandonen el Centro de Reinserción, depende de los reglamentos estipulados por cada entidad federativa; sin embargo, en casi todos (incluyendo a los localizados en la  Ciudad de México), la edad máxima es de seis años.
La Ley Nacional de Ejecución Penal[4] reconoce que tanto las madres como sus hijxs tienen necesidades especiales, que independientemente de su condición de reclusión, deben ser satisfechas. Entre estos derechos se establece la obligatoriedad de brindar atención obstétrico-ginecológica y pediátrica antes, durante y después del parto, así como de brindar a lxs hijxs una alimentación adecuada, atención médica y la educación inicial correspondiente.

Sin embargo, en el contexto de la crisis penitenciaria que se encuentra México, en el que los recursos tanto humanos como materiales son insuficientes para satisfacer las necesidades más elementales -alimentación, higiene y espacio-, estas leyes constituyen simples declaraciones de principios y buenos deseos, en lugar de verse traducidas en políticas públicas efectivas para mejorar la calidad de vida de la población recluida.

A pesar de los altos costos que conlleva para lxs menores crecer en este tipo de ambiente, no existe consenso sobre qué es lo mejor para ellxs: crecer con sus madres en un Centro de Reinserción o ser apartados de ellas. Después de todo, los hijxs de personas privadas de su libertad que crecen fuera de los Centros también son víctimas del sistema.

Lxs niñxs mayores de tres años permanecerán alejados de sus madres hasta que ellas cumplan sus penas y, de no contar con una familia que los reciba, serán entregados al Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF o sólo DIF)  u otra institución de seguridad social con todos los costos que implica, incluidas las carencias afectivas, la pobreza y exclusión social de la que son víctimas los familiares de las personas privadas de su libertad.

En este sentido, el sistema penitenciario, así como las leyes que lo rigen (incluida la Ley Nacional de Ejecución Penal), tienen grandes vacíos que deben ser resueltos, pues si bien toman en consideración las necesidades de las mujeres embarazadas, las madres y lxs menores que las acompañan, aún tienen un largo camino que recorrer en materia de derechos humanos. Especialmente en la protección del interés superior del menor, ya que no se cuenta con un sistema efectivo de reinserción social, ni para las mujeres ni para sus hijxs; mucho menos un sistema de protección o seguimiento que garantice su pleno desarrollo y limite los efectos negativos que resulten en un niñx, al crecer con el estigma penitenciario, ya sea dentro o fuera de los Centros.

Para solventar la contradicción entre el ejercicio de la justicia y el interés superior del menor existen varios ejemplos de buenas prácticas a nivel internacional. Algunos países, como Francia, cuentan con unidades especiales para las madres y sus hijxs dentro de los Centros, espacios que satisfacen las necesidades básicas de lxs menores e incluso, permiten a estos ir a guarderías durante el día mientras las madres trabajan. En otros, como en Noruega, ningún niñx puede vivir en la cárcel con sus padres, pero pueden visitarlos hasta tres veces por semana y llamarlos por teléfono; adicionalmente, cuentan con casas o módulos especiales para que las madres, fuera de las cárceles, puedan estar con sus hijxs. En Alemania, existen centros especiales para madres, departamentos iluminados y abiertos donde; durante el día, sus hijxs van al kínder mientras ellas cumplen con sus obligaciones, y, por la tarde pueden llevar una rutina normal junto a ellxs, además de contar con tres semanas de vacaciones al año. Por su parte, en España, se ofrece un módulo familiar para parejas, donde ambos cumplen condena, y pueden tener a sus hijxs, siempre y cuando no tengan antecedentes de violencia[5].

Pese a que los Centros de Reclusión ofrecen condiciones adaptadas a la presencia de menores, la prioridad y recomendación de organizaciones como UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), COPE (Children of Prisoners in Europe) y el Consejo Europeo es que el ingreso al Centro sea el último recurso, cuando el delito cometido sea grave y los padres representen un verdadero peligro para la sociedad. Además, para países como México, donde el financiamiento para este tipo de políticas es limitado, resultaría más conveniente apostar por políticas que consideren alternativas a la privación de la libertad, para un catálogo de delitos más amplio.

El sistema de justicia penal acusatorio contempla mecanismos alternativos de solución; sin embargo, la justicia alternativa está reservada para un catálogo de delitos específicos, que no incluye, por ejemplo, delitos contra la salud. El problema radica en que en México la mayoría de las mujeres encarceladas lo están precisamente por delitos como el tráfico, posesión o venta al menudeo de drogas. Son delitos que, a pesar de no ser violentos, son considerados “graves” y que muchas veces se ven obligadas a cometer por la presión que ejercen sus parejas sobre ellas o por las condiciones de pobreza en las que viven[6].

Lo anterior a efecto de cuestionarse bajo qué criterio un delito debe ser considerado grave, cuáles serían los pros y contras de ampliar el catálogo de delitos admisibles en la justicia alternativa y, sobre todo, cómo impedir que un sistema alternativo de justicia más flexible -que proteja el interés superior de lxs menores y el derecho a la familia-, genere incentivos que conviertan a esta población en un grupo vulnerable a la delincuencia. Estas son problemáticas que deberán ser tomadas en consideración por la autoridad, tanto en la implementación de la Ley Nacional de Ejecución Penal, como en las políticas públicas específicas diseñadas en el marco de aplicación del Sistema Nacional de Protección Integral para Niñas, Niñxs y Adolescentes del país.


De manera particular contemplaría construir espacios exclusivos para mujeres reclusas con hijxs, como lo hace España con sus Unidades de Madres y Unidades de Familia y llevar un tratamiento hacia ellxs para prepararlos para la inserción social[1], aunque dichas soluciones implican voluntad política, que por el momento no existe en nuestro país y que probablemente sea inalcanzable.






[1] Ley Nacional de Ejecución Penal 2016, Glosario, Art. 3°, Fracción III, Cámara de Diputados.
[2] Censo Nacional de Gobierno, Seguridad y Sistemas Penitenciarios Estatales, 2016. Disponible en http://www.beta.inegi.org.mx/proyectos/censosgobierno/estatal/cngspspe/2016/, consultado el 31 de marzo de 2017, 21:34 hrs.
[3] En México, las mujeres (y en consecuencia, los hijxs que viven con ella) son abandonadas por sus familiares en las cárceles. En 2015, según datos de la Subsecretaría del Sistema penitenciario de la CDMX, mientras el 91 por ciento de los hombres en prisión recibieron visitas familiares o conyugales, entre las mujeres el porcentaje fue de apenas 30 por ciento. Disponible en http://www.animalpolitico.com/2015/12/abandonan-familiares-a-7-de-cada-10-reclusas-por-ser-mujeres/, publicado en diciembre 22 2015 07:25, fecha de consulta 31 de marzo 11:05 hrs.
[4] Ley Nacional de ejecución penal (2016), Art. 36, disponible en http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LNEP.pdf, fecha de consulta 31 de marzo de 2017, 22:46 hrs.
[6]Mujeres Invisibles: las cárceles femeninas en América Latina. Revista Nueva Sociedad. Nº 208, marzo-abril de 2007, ISSN:0251-3552, disponible en  http://bdigital.binal.ac.pa/bdp/artpma/mujeres%20delincuentes.pdf, . Fecha de consulta, 1 de abril de 2017, 17:53 hrs.
[7] -Acción de integrar a un individuo o a un grupo dentro de la sociedad, un concepto sociológico.- Diccionario de la Real Academia Española.

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La heredera del realismo mágico, Isabel Allende

Colectivo Paideia
13:36

Por: Lucía Velasco

Tengo que confesar que la primera vez que escuché de Isabel Allende fue cuando se estrenó la versión cinematográfica de La Casa de los Espíritus en 1993, que cuenta con un súper elenco internacional en la industria de Hollywood. La película no me gustó. La segunda vez que escuche de ella fue cuando, en 1994, se estrenó la  segunda adaptación cinematográfica de otra de sus novelas, De amor y de sombra. Tampoco me gustó. Dichas percepciones cinematográficas hicieron que mi cita con la literatura de Isabel se postergara.

Unos años después, que una amiga muy querida me regalo Retrato en Sepia (2000), fue que tuve en mis manos un libro de Isabel, e inmediatamente al terminar su lectura devoré La Casa de los Espíritus (1982), De amor y de sombra (1984) -¡qué me encantaron!- y todo lo que encontré publicado en las librerías. Desde entonces, cada año espero con ansia la presentación de un nuevo libro.

De padres y nacionalidad chilena, Isabel Allende “nació en Lima en 1942 mientras su padre cumplía funciones diplomáticas en ese país.(…) Desde los diecisiete años ha trabajado infatigablemente, primero como periodista en la revista Paula y en programas de televisión en Santiago de Chile.

(…) La escritora afirma que su futuro como tal se decidió en 1973, con el golpe militar en el que su tío el presidente Salvador Allende fue derrocado. Dos años después del mismo es declarada sospechosa para la dictadura y tiene que se exiliarse con su marido y sus hijos en Caracas, donde comenzó a escribir La Casa de los Espíritus…”[1], libro, elogiado por la crítica de la época y con el que se decía la escritora daba continuidad al llamado realismo mágico, de los sesenta, cuyo exponente principal es Gabriel García Márquez.

Creo que la literatura de esta escritora latinoamericana, radicada desde hace más de hace más de veinte años en San Francisco, California en los EEUU, no ha sido valorada correctamente por la industria editorial y el “sector intelectual” de escritores, por dos factores: escribe novelas (y todxs aquellxs que no las han leído creen que son historias románticas, rosas, fantasiosas) y que la industria, con el paso del tiempo, le ha dado la etiqueta de “literatura femenina”, como sucede con la mayoría de las escritoras.

Las historias de Allende retratan parte de nuestra vida latina, las emociones, el sentir, las diversas familias que existen, en muchas ocasiones la crudeza de la cultura patriarcal, los roles que jugamos mujeres, niñas, niños y hombres en las relaciones amorosas, de amistad y familiares. Casi todos sus personajes están inspirados en algún miembro de su propia familia y nunca ha tenido miedo de colocar, principalmente a sus protagonistas femeninas, en situaciones violentas, que amenazan su integridad física, moral o espiritual y de donde resurgen con algún aprendizaje o sabiduría de vida.

Isabel Allende tiene en su haber 21 novelas publicadas en 35 diferentes idiomas, con más de 65 millones de copias vendidas en todo el mundo. Tiene 14 doctorados internacionales y más de 50 premios en más de 16 países. Algunas de sus obras han sido llevadas al cine, teatro, ballet y radio [2].

A sus 75 años, Isabel Allende ha vivido en Perú, Chile, Venezuela, España y EEUU, ha dado clases de literatura en diversas universidades, y comparte su vida con su familia, la que ella se ha construido con la gente que la rodea y ama, parientes de sangre y aquellos que la vida le ha regalado.

Desde 1960, Isabel Allende pertenece a “la sección chilena de la FAO, la organización de las Naciones Unidas que se ocupa de la mejora del nivel de vida de la población mediante un exhaustivo aprovechamiento de las posibilidades de cada zona”.[3]

Su preocupación hacia las diversas problemáticas de la mujer también se ve reflejada a través de la fundación que lleva su nombre. Desde 1996 –año en que su hija Paula murió, a los 28 años de edad- la fundación Isabel Allende con sus Becas Espíritu ha trabajado junto a más de 100 organizaciones, principalmente en Chile y California, EEUU, proporcionando diversos servicios a niñxs y mujeres en sectores “como salud, educación, derechos reproductivos y protección contra la violencia”. [4]

Entre sus libros más famosos, además de los ya mencionados, se encuentran: Eva Luna (1987), Los cuentos de Eva Luna (1989), El Plan Infinito (1991), Paula (1994), La hija de la fortuna (1999), Mi país inventado (2003), La isla bajo el mar (2009), El juego de Ripper (2013)  y El amante japonés (2015).

Te invito a conocer la literatura de esta escritora, estoy segura que encontrarás alguna anécdota familiar, algún pariente cercano -o lejano- reflejado en sus historias, o simplemente alguna frase que sinterizará tu sentimiento sobre alguna experiencia vivida.




[1] Literatura escrita por mujeres. Escritoras. Com. http://escritoras.com/escritoras/Isabel-Allende. Abril 4, 2017.
[2] Allende, Isabel. Sitio Oficial. Biografía. https://www.isabelallende.com/es/bio. abril 4, 2017.
[3] Biografías y vida. La enciclopedia biográfica en línea. © Biografías y Vidas, 2004-2017.
[4] Allende, Isabel. Sitio Oficial. Biografía. https://www.isabelallende.com/es/bio. abril 4, 2017.

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