La empatía como camino hacia la inclusión

Colectivo Paideia
17:43


Por Antonio Morales

La exclusión social es un concepto de connotaciones negativas, en términos de aquello de lo que se carece y se necesita, es decir, nos referimos a aquellas situaciones en la cuales se produce una falta o ausencia de algo que resulta casi imprescindible para la vida integrada de los seres humanos. Por lo tanto, su compresión total sólo es posible en función de la otra parte de la polaridad conceptual de la que forma parte, de su referente alternativo: la idea de inclusión. La exclusión social implica, en su raíz, una cierta imagen dual de la sociedad, en la que existe un sector integrado y otro excluido. Forman parte de una dialéctica inclusión-exclusión (Checa Olmos & Arjona Garrido, 2005).

Un enfoque inclusivo pretende valorar la diversidad como un elemento enriquecedor del proceso de enseñanza-aprendizaje y, en consecuencia, favorecedor del desarrollo humano. Inclusión implica una actitud y un compromiso con un proceso de mejora permanente; conlleva el esfuerzo de análisis y reflexión de culturas, políticas y prácticas educativas, así como la identificación de barreras y objetivos de mejora. Avanzar en inclusión es avanzar en actitudes de respeto, tolerancia y solidaridad; es aprender a convivir conviviendo.


Para hacer realidad estos objetivos, y no se queden sólo en buenos deseos, es precisa la información, sensibilización y mentalización de todos los agentes de la comunidad educativa, incluidos los estudiantes. Por este motivo, es importante que los docentes asuman la responsabilidad de formar en la diferencia. Las diferencias encierran grandes oportunidades de aprendizaje, puesto que constituyen un recurso gratuito, abundante y renovable. De esta manera, se podrá reconocer la diversidad como una oportunidad para enriquecer las interacciones y los aprendizajes. Es necesario “socializar la diferencia” a partir de información y de ejemplos adecuados para la interacción (FEVAS, 2012).

La integración educativa y social se acompaña de un proceso constructivo de condiciones favorables para las personas que lo requieran, pero no es necesario esperar que todas estas condiciones estén dadas para realizarla. Su construcción es gradual como parte de ese mismo proceso, donde la transformación de las representaciones sociales es fundamental, entre ellas, el reconocimiento de sus derechos, y procurar el cumplimiento de los objetivos generales de la educación tendientes a desarrollar las posibilidades del sujeto acorde a las transformaciones sociales, culturales y políticas. La transformación de las actitudes sociales en sentido positivo, facilita la inserción de la persona con discapacidad y sin discapacidad en el mundo social y laboral (Santori de Azocar, 2010).


Tony Booth y Mel Ainscow (2002), con la publicación de Index for Inclusion, sentó las bases teóricas y prácticas para mejorar la inclusión en el sistema educativo del Reino Unido y el Consorcio Universitario para la Educación Inclusiva adaptó el documento al sistema educativo español. El Index for Inclusion propone un procedimiento para la creación y auto-evaluación de las tres dimensiones básicas de una educación inclusiva, que son:

à  Creación de culturas inclusivas. La cultura está compuesta por los principios y valores que guiarán las decisiones y actuaciones cotidianas de toda la comunidad educativa y que se transmitirán a los nuevos miembros. Ha de orientarse a la creación de una comunidad escolar segura, acogedora, colaboradora y estimulante en la que cada alumno es valorado, para que todos tengan mayores niveles de logro (Booth & Ainscow, 2002).

à  Elaboración de políticas inclusivas. La cultura inclusiva del centro ha de concretarse en políticas específicas que articularán a su vez las prácticas o actividades de apoyo dirigidas a atender la diversidad del alumnado (Booth & Ainscow, 2002).

à  Desarrollo de prácticas inclusivas. Dichas prácticas han de reflejar la cultura y políticas inclusivas, de forma que las actividades del aula y las extraescolares motiven el aprendizaje activo de todo el alumnado (Booth & Ainscow, 2002).

La formación de los formadores en educación requiere la adquisición de los conocimientos y habilidades para trabajar con estudiantes diversos y desarrollar competencias con un enfoque inclusivo en la formación, donde se analice la práctica y los contextos. Y además que el docente investigue, documente, sistematice y evalúe sus procesos y resultados (Santori de Azocar, 2010).

El principal reto para poder trabajar con la diversidad en cualquier acción educativa estriba en identificar las diferencias de los estudiantes para poder incluir e integrar. Desde un punto de vista educativo, la atención a la diferencia tiene por objeto garantizar una educación de calidad para todas las personas. Es debido a esto que es importante considerar que cada estudiante es y aprende de forma distinta, por eso se debe diseñar contextos e intervenciones adecuadas a todos los estudiantes atendiendo a sus procesos cognitivo-actitudinales, intereses, expectativas, niveles de acceso, identidades culturales, etc. Es decir, la intervención distinta debe ser la norma porque cada estudiante es y aprende de manera diferente.

Booth, A., & Ainscow, M. (2002). Index for Inclusion: developing learning and participation in schools. London: CSIE.
Checa Olmos, J. C., & Arjona Garrido, Á. (2005). Factores que determinan el proceso de exclusión de los barrios periféricos: el caso de “El Puche”. Scripta Nova.
FEVAS. (2012). Guía de Materiales para la Inclusión Educativa: Discapacidad Intelectual y del Desarrollo. España: Federación Vasca de asociaciones en favor de las personas con discapacidad intelectual.
Santori de Azocar, M. L. (2010). Discapacidad y Representaciones Sociales: De la Educación Especial a la Educación Inclusiva. Argentina: San Juan: Universidad Nacional de San Juan.


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