De visita por los museos
13:25
Por: Lucía Velasco
Quienes hemos crecido en el Ciudad
de México tenemos este recuerdo de infancia o adolescencia: El maestro o la
maestra de la escuela, pública o privada, nos encarga ir a ver una exposición
determinada. Normalmente, la actividad consiste en ir al lugar –con mamá, papá
o los amigos y amigas de la clase-, transcribir todo lo escrito en la
museografía –hoy día, la mayoría toman fotos o papá o mamá lo hacen- realizar
un recorrido relámpago y entregar el reporte correspondiente.
Así, ¿cómo esperamos que los
estudiantes vean en los museos espacios de aprendizaje y entretenimiento? ¿Cómo
aprovechar la variedad museística con que cuenta esta enorme ciudad?
Según la Secretaría de Turismo, en
la Ciudad de México existen 170 museos y 43 galerías, lo que la hace uno de los
atractivos culturales más importantes del mundo. “Pintura, escultura, dibujo, litografías,
grabado, fotografía, arte objeto, arte plumario, cerámica, talavera, muebles
antiguos, textiles, objetos litúrgicos, joyería, archivos, material sonoro,
documental, etnográfico y prehispánico, son parte de los acervos que se
custodian”.[1]
Sin importar lo que se estudie o la inquietud que se tenga, en esta ciudad
contamos con suficientes museos para todos los gustos, para curiosear o cubrir nuestras
diversas inquietudes.
Una de las actividades favoritas con
mis estudiantes de universidad es asistir a museos. Casi todos los cursos
planeo una salida a algún espacio cultural. La mayoría de las veces terminamos
en la Cineteca Nacional -por las horas y opciones de programación que presenta-,
aunque la verdad es que la misma dinámica del lugar no nos permite una
verdadera convivencia, ya que ellos y ellas tienen la opción de eligir lo que
quieren ver, así la mayoría de las veces nos distribuimos en varias salas.
Los museos, en cambio, nos permiten
realizar una serie de actividades diferentes, empezando porque en la mayoría de
los casos los cito en fin de semana o en día de asueto, a las diez de la mañana
en la entrada del lugar. Algunas veces llegan con sus novios, novias, amigos o
amigas, algunos con los esposos o esposas y hasta con el bebé; para muchos y
muchas el atractivo empieza con que la maestra les acompañe y no sólo les mande
a la exposición.
Desde hace algunos años, las
propuestas museográficas permiten que los espectadores tengan una experiencia
sensoria diferente a la tradicional (antes de la década de los noventa, casi
siempre consistían en obra montada y explicaciones escritas colocadas en las paredes).
En el Palacio de Bellas Artes, por ejemplo, asistir a una exposición –sin
importar si es un fotógrafo de cine, una pintora reconocida, un maestro o
maestra de las artes visuales o una retrospectiva sobre determinado tema-
incluye pintura, video, audios, música, fotografía, escultura, objetos de la
época, libros y memorias escritas; obra y material que se complementa con
explicaciones impresas.
Salir con mis estudiantes siempre me deja una gran satisfacción, pero
particularmente estas dos últimas ocasiones: la primera, a la celebración de
los 10 años del Museo del Estanquillo, donde admiramos fotografías, libros,
maquetas, mapas, cuadros sobre los habitantes y las formas de vida de la Ciudad
de México; y la segunda, al Palacio de las Bellas Artes a la exposición Pinta
la Revolución, fueron gratificantes, se dio una especie de complicidad con mis
grupos.
Como me niego a parecer guía de turistas y explicar lo que están viendo -me gusta que exploren, lean, tomen su tiempo-, normalmente lo que hacemos es que entramos y cada quien va a su ritmo, es hasta que salimos del recorrido vienen los comentarios. En estas dos ocasiones no sucedió así. Aunque cada quien empezó por su lado, en ningún momento caminé sola, ni seguí un orden determinado. Todo el tiempo tuve a alguien cerca, preguntándome, llevándome de un lado a otro, haciendo reflexiones, hasta que me encontré en el centro de un círculo a mitad de la sala, rodeada de muchachas haciendo lluvia de ideas, quitándose la palabra por opinar, completándose las frases o llorando frente a una fotografía de más de cien años -que retrataba a una soldadera con su hijo y la miseria en que vivían- diciendo: “nosotros no valoramos lo que tenemos”; o bien seguida del grupo en el que se escuchaban frases como: “Nunca había venido a hacer esto un museo”, cabe aclarar que no habíamos ido más que a observar la obra y a comentarla.
Visitar un museo puede ser una experiencia única. Una oportunidad de aprender a ver la realidad a través de la mirada de los y las creadores. Apreciar la obra ahí expuesta como un testimonio de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que nos gustaría ser o de lo que queremos dejar de ser. Pintura, escultura, instalaciones, objetos de la vida cotidiana, fotografía, recortes de periódicos, murales, poesía, música… las artes al servicio de la memoria, como testimonio de las múltiples realidades que existen.
Otra de las razones por las que me
gusta llevar a los estudiantes a los espacios culturales es porque creo que estudiar
la universidad no es únicamente prepararse para obtener una certificación y
adiestramiento en el oficio que vamos a ejercer en la vida, también conlleva
tener una vida intelectual y deportiva.
Una sensibilización al arte y la
cultura nos permite como seres humanos, apreciar la vida de la otredad tal y
como es, colocarnos en los otros zapatos y entonces contribuir de manera
diferente en la vida misma, la propia y la ajena, la del día a día, con la
familia, con el grupo de amigos y amigas, como profesionistas, como ciudadanxs.
Les invito a experimentar con sus estudiantes
salidas así. Los estudiantes de hoy, como los de cualquier época, sólo
necesitan un empujoncito para encaminar las energías y explorar su mundo,
nuestro mundo. Necesitan atención y entusiasmo, tiempo de convivencia, es
interesante lo que como docentes podemos aprender de ellxs.
[1] El Universal. CDMX, una de las urbes con más museos en el mundo. Notimex. 17/05/2016.
18:59 hrs.
http://www.eluniversal.com.mx/arti
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